MUERTE SÚBITA

MUERTE SÚBITA. PREMIO HERRALDE DE NOVELA

Editorial:
ANAGRAMA
Año de edición:
Materia
Ficción moderna y contemporánea escrita en español
ISBN:
978-84-339-9882-8
Páginas:
264
Encuadernación:
Rústica con solapas
Colección:
NARRATIVAS HISPÁNICAS
$21.95
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El 4 de octubre de 1599, a las doce en punto del mediodía, se encuentran en las canchas de tenis públicas de la Plaza Navona, en Roma, dos duelistas singulares. Uno es un joven artista lombardo que ha descubierto que la forma de cambiar el arte de su tiempo no es reformando el contenido de sus cuadros, sino el método para pintarlos: ha puesto la piedra de fundación del arte moderno. El otro es un poeta español tal vez demasiado inteligente y sensible para su propio bien. Ambos llevan vidas disipadas hasta la molicie: en esa fecha, uno de ellos ya era un asesino en fuga, el otro lo sería pronto. Ambos están en la cancha para defender una idea del honor que ha dejado de tener sentido en un mundo repentinamente enorme, diverso e incomprensible.

¿Qué tendría que haber pasado para que Caravaggio y Quevedo jugaran una partida de tenis en su juventud? Muerte súbita se juega en tres sets, con cambio de cancha, en un mundo que por fin se había vuelto redondo como una pelota. Comienza cuando un mercenario francés roba las trenzas de la cabeza decapitada de Ana Bolena. O quizá cuando la Malinche se sienta a tejerle a Cortés el regalo de divorcio más tétrico de todos tiempos: un escapulario hecho con el pelo de Cuauhtémoc. Tal vez cuando el papa Pío IV, padre de familia y aficionado al tenis, desata sin darse cuenta a los lobos de la persecución y llena de hogueras Europa y América; o cuando un artista nahua visita la cocina del palacio toledano de Carlos I montado en lo que le parece la máxima aportación europea a la cultura universal: unos zapatos. Acaso en el momento en que un obispo michoacano lee Utopía de Tomás Moro y piensa que, en lugar de una parodia, es un manual de instrucciones.

En Muerte súbita el poeta Francisco de Quevedo conoce al que será su protector y compañero de juerga toda la vida en un viaje delirante por los Pirineos en el que una hija idiota de Felipe II será propuesta para reinar en Francia y Cuauhtémoc, prisionero en la remota Laguna de Términos, sueña con un perro. Caravaggio cruza la plaza de San Luis de los Franceses, en Roma, seguido por dos sirvientes que cargan el cuadro que lo convertirá en el primer rockstar de la historia del arte, y el amateca nahua Diego Huanitzin transforma la idea del color en el arte europeo a pesar de que habla en castellano imaginario. La duquesa de Alcalá asiste a los saraos reales con una cajita de plata rellena de chiles serranos y usa un verbo que nadie entiende, pero parece temible: «xingar». Muerte súbita se vale de todas las armas de la escritura literaria para dibujar un momento tan deslumbrante y atroz en la historia del mundo que sólo puede ser representado mediante la más venerable y maltratada de las tecnologías, el artefacto cuya regla de oro es que no tiene reglas: Su Majestad la novela. Y estamos ante una novela realmente majestuosa, de enorme ambición y gran calidad literaria.


«Álvaro Enrigue ha asimilado a la perfección, con personalísima mirada, el esperpento valleinclanesco recreado sobre un "ruedo ibérico" renacentista, el fingimiento culturalista del mejor Borges y el recargado tono barroco de una jocosa, por momentos hilarante, crónica del poder ejercido entre desternillantes lances y desafíos... Espléndida novela para tiempos de crisis» (Jesús Ferrer, La Razón).

«Álvaro Enrigue ha escrito, con Muerte súbita, una novela a la altura de su desmesurada ambición. Se le exige mucho al lector y, como compensación, se le da lo mucho que promete. Y más que caminar a oscuras lo hacemos en un vacío que poco a poco se va llenando y adquiriendo sentido en un work in progress parecido al de un pintor o al del tejedor de un tapiz… En Muerte súbita asistimos a un duelo formidable que cambiará el destino de la humanidad y en el que caben la violencia y delicadeza, lo sublime y lo más descaradamente obsceno, la hipérbole de las crónicas de Indias, la rica información sobre el tenis desde sus orígenes y la conciencia de que, como todos los libros, este “viene mayormente de otros libros”, sin que haya aquí nada de libresco. Por el contrario, penetramos en lo más vital de la historia, del arte, y de los torbellinos que nos han arrastrado a la modernidad» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia).

«Es un texto literario que detiene el tiempo, lo secciona por donde mejor le parece al autor cortando y agrietando esos sitios ciegos de la historia para imaginar un mundo que no entiende de géneros. Es posible que sea también un divertimento histórico sobre hechos contados muy libremente y un ensayo ficción sobre en qué cosa se puede convertir algo tan moldeable como es la novela… No es solo un libro que cuenta un partido de tenis entre Caravaggio y Quevedo, ni las historias cruzadas entre Hernán Cortés, Cuauhtémoc, Galileo, Pío IV, el duque de Osuna o Ana Bolena, ni una lectura ejemplar de la Utopía de Tomás Moro. Muerte súbita cuenta las vidas cruzadas de estos y otros personajes de la Historia situándolos en su tiempo, pero leyéndolos desde el nuestro» (Ricardo Baixeras, El Periódico).

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