Un hallazgo inesperado con el que celebrar el 20.º aniversario de la concesión del Premio a José Saramago.
«Eran días de hace veinte años, eran días de hoy. El autor diciéndose de nuevo en Lanzarote, las palabras saliendo a borbotones, mes a mes, un año entero, ese año.»
Pilar del Río
Fruto de un hallazgo fortuito en el archivo de José Saramago, este libro es el último de los diarios personales que el escritor portugués dejó escrito y que se quedó, como declara el propio autor, «agarrado al disco duro del ordenador.» En sus páginas, que recorren día a día la vida de José Saramago durante 1998, hay apuntes personales, sí, pero sobre todo hay reflexiones e ideas sobre su postura cultural y ética. Ahí radica, sin duda, su excepcionalidad: en ellas el lector descubre que la manera de entender el mundo de Saramago -siempre desde la perspectiva del ser humano, siempre desde la sensibilidad hacia los desfavorecidos, los vulnerables, los oprimidos por el sistema- es hoy más necesaria, más urgente que nunca. Su voz nos llega invariablemente viva porque, como él intuía, el tiempo es una tira elástica, y estar cerca o lejos solo depende de la voluntad. Cuando se cumplen veinte años desde la concesión del Nobel, ve la luz este diario -tal como José Saramago lo dejó escrito- junto con las cuatro conferencias que impartió en 1998, un año que cambió para siempre la vida y la obra del autor.
La crítica ha dicho sobre el autor y su obra:
«Un hombre con una sensibilidad y una capacidad de ver y de entender que están muy por encima de lo que en general vemos y entendemos los comunes mortales.»
Héctor Abad Faciolince
«El José Saramago que escribió y reflexionó hasta el final de su existencia era un transgresor; transgresor en la literatura, en la vida y ante las normas de conducta marcadas por la burguesía.»
Yanet Aguilar Sosa, El Universal
«Hay que saludar este regreso de Saramago, siempre excepcional escritor, a su realismo inicial, y animarle a que siga por este camino...»
Rafael Conte, Babelia (sobre Las pequeñas memorias)
«El tono siempre filosófico de Saramago alcanza en Todos los nombres una nitidez y un despojamiento que permite hablar de una voluntad de indagación metafísica [...]. Saramago ha hecho un relato denso, pero no aburrido; es exigente en sus metas, pero su trama no permite que desfallezca la atención.»
Santos Sanz Villanueva, El Mundo (sobre Todos los nombres)
«Saramago es un gran narrador y rara vez escapa al criterio de mantener en vilo al lector...»
Jordi Gracia, La Vanguardia (sobre Todos los nombres)
«Probablemente la obra más soberana y feroz de su indiscutible bibliografía narrativa... Se ha ganado no sólo la admiración sino también el respeto de todo buen lector por su constante superación de lo ya conseguido, libro tras libro...»
Robert Saladrigas, La Vanguardia (sobre Ensayo sobre la ceguera)