Los terneros

 

 

Los terneros

Páginas de Espuma, 2018

Pintores taxidermistas que naufragan en una sociedad hostil, ciegos que conocen los laberintos urbanos, motoristas desnudas que circulan por avenidas, extranjeros que aprenden un idioma confesándose, pilotos moribundos que descansan con la lectura de Saint‐Exupéry o existencias abducidas por Cervantes y Petrarca.

Unos conviven en medio de la zozobra venezolana, otros con el terrorismo acechante en Francia o el México simbólico de los balazos de la revolución.

Impecable y magistral en sus cuentos, Rodrigo Blanco Calderón construye un retablo de personajes nocturnos, que se convierten en víctimas y verdugos de un sacrificio, de la expiación que es la vida en cualquier momento, en cualquier espacio, en la que todos somos «terneros».

El cuentista indispensable de una generación

El cuentista indispensable de una generación

Sus casi dos metros cortazarianos, entre otras cosas, le han otorgado al escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón el don del cuento. Sin duda es uno de las principales que concitan el seguimiento y el interés de los lectores de literatura latinoamericana en ambas orillas. Junto con Juan Carlos Méndez Guédez, ambos representan lo más sobresaliente de una escritura venezolana rota por la situación política de su país que sitúa sus obras frente a una desubicación emocional, sentimental y geográfica llena de las opciones creativas que dan la otra vida y la otra orilla.

Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) ha publicado los libros de cuentos Una larga fila de hombres (2005), Los Invencibles (2007) y Las rayas (2011). Por sus cuentos ha recibido diversos reconocimientos dentro y fuera de Venezuela. En 2007 fue seleccionado para formar parte del grupo Bogotá 39, que reunió a los mejores narradores latinoamericanos menores de treinta y nueve años. En 2014, su relato «Emuntorios» fue incluido en Thirteen Crime Stories from Latin America, el volumen número 46 de la prestigiosa revista McSweeney’s. En 2016 publicó The Night, su primera novela, que ha sido traducida a varios idiomas y por la que obtuvo el premio Rive Gauche à Paris, por la mejor novela extranjera en Francia.

 

De Rodrigo Blanco Calderón se ha escrito:

«Uno de los grandes nombres de la actual literatura venezolana, una literatura que suele ahora dar lo mejor de sí misma fuera de sus fronteras»

 Juan Ángel Juristo, La Vanguardia

 

«El estilo de Rodrigo Blanco es admirable»

Arturo García Ramos, ABC Cultural

 

Foto: Luisa Fontiveros

Entrevista

Ahora vive en Francia y esa geografía parece concederle una riqueza fronteriza que se detecta en este libro. ¿Hasta qué punto considera que existen dos orillas o que hay, precisamente, una disolución en este nuevo paso de su literatura?

Creo que siempre existen esas dos orillas. La del lugar donde uno nace y la otra orilla que llega a través de los primeros viajes. Y antes de los primeros viajes, a través de los sueños. Desde que empecé a viajar, hace algunos años, los viajes normales que le pueden tocar a una persona en la vida (no soy un viajero profesional, quiero decir), he incorporado esos viajes en mi literatura. Calles, paisajes, diálogos, sensaciones. Cada vez que visito una ciudad que antes no conocía, me asumo como una especie de productor cinematográfico en busca de locaciones para sus películas.

Esto ha cambiado ahora que no soy un simple viajero sino que formo parte de la diáspora venezolana. Los hallazgos no son solo los del país que te recibe, sino los del propio país de origen que se muestra distinto a la distancia. De modo que las dos orillas se convierten en una pieza móvil, cuyos ejes rotan. En una brújula rota, que a pesar de todo insiste en apuntar al norte de los afectos y del lugar de origen.

En sus páginas conviven referencias literarias universales fácilmente detectables (Petrarca, Cervantes, SaintExupéry) que viajan hasta el fondo de unos personajes que podrían parecer totalmente ajenos a ellos. ¿Qué se persigue con este contexto literario evidente?

La verdad, no había percibido ese desfase. No hay, en todo caso, una búsqueda deliberada al colocar esas referencias en personajes que pudieran parecer ajenos al mundo de la literatura. Quizás lo hago de forma inconsciente pues, en un sentido, estoy hecho de literatura. La literatura es la experiencia fundamental de mi vida. Pero puesto a reflexionar, puede que haya allí una imagen interesante. La literatura como un banco de imágenes y de modelos de experiencia que ampara al ser humano, aun cuando se trate de personas y personajes que jamás han leído un libro. La literatura como el inconsciente colectivo de mis personajes.

La mayoría de los personajes se desenvuelven en la noche, en la nocturnidad urbana, no pocos de ellos actúan condicionados por el alcohol; unos son sometidos y otros someten. Unos son “terneros” y otros “matarifes”. ¿Qué intención final hay en describir y mostrar este retablo de personajes?

Los personajes y las historias que en los últimos años me han llamado la atención provienen de ese pozo de horror que ha sido la historia venezolana contemporánea. La nocturnidad, como ya lo trabajé en mi primera novela y ahora en este libro de cuentos, es un dato concreto de mi país. La crisis eléctrica y la crisis moral en Venezuela son los dos costados de una misma moneda. Mis personajes emergen de ese pozo nocturno, de petróleo.

Y junto a ese descenso de lo individual, una Venezuela dirigida por el chavismo, una Francia con la sombra del terrorismo, un México simbólico de los balazos de la revolución. ¿Cómo se retrata a nuestro mundo actual en su libro?

Conectando con la primera pregunta, la posibilidad de vivir en Francia me ha permitido comprobar algunos lugares comunes y descubrir algunos datos que sí me parecen novedosos. Lo primero, es ver que cada país, como cada familia, tiene sus propios problemas. Problemas que, incluso, pueden hacer allí la vida invivible aunque no existan las penurias de nuestros pobres países latinoamericanos. Y la novedad es algo que yo llamaría el actual sentimiento apocalíptico que hay en el mundo. O, más que un sentimiento, una vocación apocalíptica. Hay como un extraño deseo compartido de que el mundo reviente. Y eso me preocupa y a la vez me fascina.

Nos interesa que profundice en Venezuela, una constante en gran parte de estos cuentos, cuya escenografía política se modela como otro personaje por su capacidad de interactuar con los personajes. ¿Cómo funde su Venezuela con su condición de venezolano en París?

Mi condición de venezolano en París es algo fortuito y transitorio. Muy probablemente, en un par de años, sea un venezolano en España o en Alemania o en Portugal o quién sabe dónde. Lo destacable de esa «condición» es que me permite ver a Venezuela precisamente no como un territorio sino como una entidad con una personalidad propia que sólo ahora comienzo a apreciar como tal y a comprender un poco (solo un poco) mejor. En todo lo que he escrito, Venezuela es ciertamente algo más que un ambiente donde los personajes hacen vida. Es una especie de motor oculto que incide en lo real, en la realidad de mis historias ficcionales, de una manera sutil y que quizás un lector venezolano no perciba de manera tan obvia. Porque yo mismo he narrado escenas y dinámicas muy violentas, para nada normales, y que sin embargo yo no percibía como tales, pues eran parte de mi cotidianidad.


 

Video de presentación de "Los terneros"